* Publicado en el Diario de Cádiz el 17/11/2013
Adriano III, el emperador de la Bahía, ya nunca volverá a hacer sonar su bocina a las nueve en punto de la mañana para anunciar su primera salida con rumbo a Cádiz. Un desgraciado naufragio primero, la dejadez, la indiferencia y las promesas incumplidas después, han hundido definitivamente en el olvido a uno de los símbolos más representativos de la ciudad. Ahora, para más inri, una cibernética mancha multicolor made in Ucrania osa emborronar su recuerdo en el imaginario popular.
Y mientras, su maltrecho esqueleto de madera y hierro ahí sigue esperando, varado en la orilla del Guadalete. Cubierto por andrajosos plásticos raídos por el sol y la humedad todavía sueña, cada vez con menos esperanza, que un día alguien reparará en él para repararlo. Pero no hay manera.
Duele ver como hasta los salvavidas que antaño colgaban a babor y estribor han desistido de su tarea y, partidos por la desesperación, han decidido dormir el sueño de los justos en un oxidado contenedor metálico de deshechos. Puro cubismo de la desidia. Ya lo decía el tango de Gardel: “el tiempo que todo destruye”.